martes, 28 de octubre de 2014

NO AL PROGRESO!



NO AL PROGRESO





La fobia al progreso es  un tema que me quedó en el tintero, desde que desarrollé mi tesis sobre la FOBIA.
La fobia es una temática común a la que le di   una importancia especial  desde el primer día de clases.

Es un tema común pero no deja de ser de elevada importancia.
Ahora con la balada “Una herida en mi corazón” girando en mi oído, como buscando ser el preludio del asunto que nos compromete, me pongo a hablarte sobre la fobia al progreso. Pues nace desde adentro, como una herida en el corazón.
Desde el comienzo mismo de nuestra  vida en el seno materno, surge la mente. La mente es el conjunto de actividades neuronales  y no es otra cosa más que energía.
Como bien dice la física, la energía no se pierde ni se gasta, se transforma.
Para bien o para mal.
Ninguna información que  maneja el cerebro se pierde, porque funciona como un imán, atrapando lo que ve, lo que escucha, todo lo que vive, formando así la personalidad.
La idea de la impotencia, no surge al instante frente al desafío, sino que surge desde la infancia, según la manera en que somos criados.
Un ejemplo claro es el famoso caso del elefante (tomado del relato de Bucay)
El mundo entero se fascina al ver en el circo al elefante, su inteligencia, sus capacidades, sus raras  habilidades y especialmente la fuerza física que posee este animal.
Sin embargo el elefante, a pesar de sus magníficas cualidades, se rinde ante una modesta estaca, que lo obliga a ser un prisionero.
¿Por qué motivos un animal tan grande que puede soportar holgadamente su propio peso sobre sí mismo, varias veces, no puede escapar de una ridícula estaca?
Simplemente porque utiliza mal sus recursos y en este caso su prodigiosa memoria, procede en su contra.
Estos animales utilizados para lucrar en espectáculos como el circo, desde temprana edad, son  educados de esa manera, son atados a una estaca y por más esfuerzos que hagan, no pueden escapar  de esa prisión.
Van creciendo y se van acostumbrados a esa limitación. Lo mismo ocurre con el hombre.
Si vamos hacia atrás, en tiempo en que los derechos del niño era algo, por así decirlo, algo innecesario. La forma correcta de educar a un hijo era a través de la violencia.
El niño tenía la obligación del respeto hacia sus mayores, confundiendo los términos entre respeto y miedo.
Por ejemplo si un infante estaba jugando en la vereda  y otra persona  arrojaba una piedra a la ventana del vecino, éste, automáticamente  salía de su casa, golpeaba al primero que encontraba a su paso “con todo el derecho del mundo”, aunque él no tenga nada que ver.

Luego lo llevaba a su casa para acusarlo oficialmente con su tutor. El tutor lo castigaba delante del otro mayor con todo el rigor de SU LEY. Negándole así toda oportunidad de dar su versión de los hechos.
¿Por qué? Porque él ya fue criado así, y todos sus ancestros también.
¿Qué ocurre después? Esa persona pasa a ser después como el elefante, se entrega a una prisión virtual, negándose a sí mismo la oportunidad de gozar de la libertad.
¿Por qué? Porque ignora la dimensión de sus capacidades, por miedo a comprometerse con un sueño y que la realidad sea distinta, por miedo a ser azotado por alguien que según su subconsciente, es mejor y nació con el derecho de hacerlo.
Por eso este hombre que alguna vez fue un niño, supone que las grandes cosas no son para él. Se autosugestiona negativamente recordando la prisión que lo lleva nuevamente a la estaca de la frustración.
Se acostumbra a un monótono ritmo cotidiano, a que otros le solucionen la vida y por eso el miedo al progreso.
Por miedo a asumir responsabilidades, esa herida mal cerrada en el corazón, vuelve a decir una vez más que no es posible.
Bea

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