NO AL PROGRESO
La fobia al progreso es un tema que me quedó en el tintero, desde que desarrollé mi tesis sobre la FOBIA.
La fobia es una temática común a la que le di una
importancia especial desde el primer día
de clases.
Ahora con la balada “Una herida en mi corazón” girando en mi
oído, como buscando ser el preludio del asunto que nos compromete, me pongo a
hablarte sobre la fobia al progreso. Pues nace desde adentro, como una herida
en el corazón.
Desde el comienzo mismo de nuestra vida en el seno materno, surge la mente. La
mente es el conjunto de actividades neuronales
y no es otra cosa más que energía.
Como bien dice la física, la energía no se pierde ni se gasta, se
transforma.
Para bien o para mal.
Ninguna información que
maneja el cerebro se pierde, porque funciona como un imán, atrapando lo
que ve, lo que escucha, todo lo que vive, formando así la personalidad.
La idea de la impotencia, no surge al instante frente al
desafío, sino que surge desde la infancia, según la manera en que somos
criados.
Un ejemplo claro es el famoso caso del elefante (tomado del
relato de Bucay)
El mundo entero se fascina al ver en el circo al elefante, su
inteligencia, sus capacidades, sus raras
habilidades y especialmente la fuerza física que posee este animal.
Sin embargo el elefante, a pesar de sus magníficas
cualidades, se rinde ante una modesta estaca, que lo obliga a ser un
prisionero.
¿Por qué motivos un animal tan grande que puede soportar holgadamente
su propio peso sobre sí mismo, varias veces, no puede escapar de una ridícula
estaca?
Simplemente porque utiliza mal sus recursos y en este caso su
prodigiosa memoria, procede en su contra.
Estos animales utilizados para lucrar en espectáculos como el
circo, desde temprana edad, son educados
de esa manera, son atados a una estaca y por más esfuerzos que hagan, no pueden
escapar de esa prisión.
Van creciendo y se van acostumbrados a esa limitación. Lo mismo ocurre
con el hombre.
Si vamos hacia atrás, en tiempo en que los derechos del niño
era algo, por así decirlo, algo innecesario. La forma correcta de educar a un
hijo era a través de la violencia.
El niño tenía la obligación del respeto hacia sus mayores,
confundiendo los términos entre respeto y miedo.
¿Por qué? Porque él ya fue criado así, y todos sus ancestros
también.
¿Qué ocurre después? Esa persona pasa a ser después como el elefante, se
entrega a una prisión virtual, negándose a sí mismo la oportunidad de gozar de
la libertad.
¿Por qué? Porque ignora la dimensión de sus capacidades, por
miedo a comprometerse con un sueño y que la realidad sea distinta, por miedo a
ser azotado por alguien que según su subconsciente, es mejor y nació con el
derecho de hacerlo.
Por eso este hombre que alguna vez fue un niño, supone que
las grandes cosas no son para él. Se autosugestiona negativamente recordando la
prisión que lo lleva nuevamente a la estaca de la frustración.
Se acostumbra a un monótono ritmo cotidiano, a que otros le
solucionen la vida y por eso el miedo al progreso.
Por miedo a asumir responsabilidades, esa herida mal cerrada
en el corazón, vuelve a decir una vez más que no es posible.
Bea
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